sábado, diciembre 16, 2006

Rumores

El simple rumor de un susurro tuyo
es suficiente
para que los grises nubarrones
se alejen sobre nuestras cabezas,
para que el frío glacial abra paso
a la caricia calida del sol.

El simple rumor de la más leve de tus sonrisas
consigue
que las flores
crezcan alegres
en los verdes prados,
para que los pájaros y animales
salten alegres y revoloteen en pleno frenesí.

El simple rumor de un suspiro tuyo
logra
que los nocivos humos
se conviertan en las más puras brisas,
para que los pestilentes olores
desaparezcan ante las más sugerentes fragancias.

El simple rumor de tu presencia
hace que renazca
cual ave fénix,
con más fuerza y vigor
que el más fantástico de los ejércitos
que luchen en pos de tu amor.

miércoles, diciembre 06, 2006

Esperando al 42

Hace 4 años comenzó la destrucción de mi corazón sin que yo me percatase de ello. Y aunque ya hace algún tiempo que me sobrepuse a ello, no he vuelto a ser el de antes. Soy mucho mas sensible que antes y aunque sigo igual de crudo en mis comentarios (nunca me gusto irme por las ramas), si que evito el ser cruel. Rara era la vez que una sola de mis frases no estaba llena de ironía, cierto sarcasmo y el habitual juego de palabras. No hay nada como buscar el doble e incluso el triple significado de las cosas. Pero últimamente he comenzado a hacer cosas que hacia mucho había dejado. Viejos hábitos que me traían buenos momentos.

He pasado mucho tiempo en las paradas de los autobuses. Siempre me gustó llegar antes. Así que desde mi etapa de estudiante hasta el día de hoy la cantidad de minutos en una estación ha sido astronómica. Si a eso le añadimos la mala costumbre que tengo de observar a la gente y que el aburrimiento provoca momentos locura transitoria, da lugar a situaciones ridículas.

Cuando llego a la estación, suelo apostarme, levemente recostado, en el lugar donde el autobús tiene la costumbre de pararse. Habitualmente la estación casi vacía, ya que o bien el autobús acaba de partir o bien todavía queda mucho para que llegue. A medida que se acercaba la hora de la llegada del autobús, la gente comienza a arremolinarse alrededor mío. Siempre ocurrió algo que me provocaba cierta risa. Pero lo que últimamente ocurre sobrepasa lo que me ocurría. Supongo que el hecho de que la calle en la que espero sea peatonal y solo circulen vehículos públicos, ayude a ello. Parece que disfrutan llegando poco antes de que llegue el autobús. Con autoridad, se colocan delante de mí lo que normalmente significa situarse en plena carretera. Hay quien incluso se coloca en medio, como si intentase parar el próximo autobús que llegase. Lo mas gracioso es ver como se mueven para intentar taparse los huecos los unos a los otros, como si fuesen los únicos con el derecho de entrar en el autobús. Es entonces cuando comienza mi momento. Por norma general, la gente que actúa de esta manera suele tener entre 40 y 60 años y mi aproximado 1,76cm me da cierta ventaja sobre ellos. Esto, incluida la mejor vista que me permite distinguir el número del autobús desde la distancia, me permite comenzar el juego. Disimuladamente saco mi bono y en el momento en el que mis futuros compañeros de viaje comienzan a rebuscar nerviosamente en busca de los suyos, me cuelo entre ellos. No resulta muy fácil, ya que suelen desplegar los codos cual alas, para evitar que alguien se zafe de su marcaje. Casi estoy primero. Ahora hay que deshacerse de los que quedan. Pero esto es sencillo. El conductor del autobús me facilita el trabajo. Su acercamiento a la acera provoca cierta sorpresa y desesperación entre los más audaces que se habían colocado en medio de la carretera. Salen despavoridos y yo aprovecho su paso atrás para darlo hacia delante. Ya estoy, el primero. Por el cristal puedo ver alguna cara de reproche y algún que otro murmullo. ¡Que desfachatez la mía! ¡Como he podido tratar así a mis buenos compañeros de viaje! Pero no he acabado. Marco y me dirijo a mi asiento. Entonces es cuando uso la archiconocida Táctica del Gato. Me siento, frotándome con gozo contra mi asiento, clavando las uñas en el e incluso, en ocasiones, ronroneando. Esbozo una placentera sonrisa y me recuesto cómodamente. ¡Si, os he quitado el sitio! ¡Escoged alguno de los 30 que quedan libres, merluzos!

Pero este no es mi único entretenimiento. ¿Nunca habéis observado a esa gente que, con cara de pocos amigos, se sientan en el asiento del pasillo, dejando el de la ventana libre? En ocasiones me he fijado en ellos. Al principio pensaba: “Vaya, habrá tenido un mal día. Seguramente se bajara en la próxima estación o en la siguiente.” Tras catorce estaciones, me bajo y observo perplejo como esa persona continua ahí. Sola. Incluso habiendo gente que prefiere quedarse de pie, por no molestar a tan arisca persona. El día que mi humor es bueno, hago lo siguiente:
En cuanto veo a alguien sentado al lado del pasillo, con esa cara de “no me molestes o te muerdo”, me dirijo a ella. Con una sonrisa burlona en la cara, le hago una pequeña reverencia les digo: ¿Me permites? Entonces es cuando ponen esa cara de “¿con todo el sitio que hay y vienes a tocarme las narices?” Pues si. Precisamente es lo que tenia intención de hacer. ¿De verdad se creen que van a estar sentados solos todo el viaje?

Y ya puestos, ¿Por qué no contar más?

Llueve. Me encanta la lluvia. Adoro esa sensación de empaparme, llegar a casa chorreando, secarme y ponerme ropa seca. Una delicia. Pero hay ocasiones en lasa que no te apetece o no quieres mojarte. Una cita o ir al trabajo o una tormenta repentina pueden ser razones suficientes. Vas por la calle intentando cobijarte de la lluvia y en tu camino te encuentras gente que hace lo mismo. La única diferencia es que ellos llevan paraguas. ¿Qué pasa? ¿No quieren que se les moje el paraguas? Para ser sincero, es algo que me molesta mucho, así que valiéndome de mi corpulencia y de la velocidad que llevo, comienzo el juego. Con las manos en los bolsillos, abro levemente los codos y aumento mi velocidad. Me pego a la pared y agacho la cabeza. Hay gente, que con buen criterio, se aparta. Pero aquellos que no lo hacen (¡que horrendo les resulta que se les moje el paraguas!) obtienen su recompensa. Un seco empujón que les hace tambalearse levemente y que les hace soltar una leve queja.

Y que me dices de esas persona que cuando vas a entrar en algún lugar, se te adelantan y ni siquiera tienen la educación de aguantar un segundo la puerta para que siquiera puedas cogerla. Seguro que te los has encontrado en alguna ocasión. Cuando veo que alguno se me acerca, procuro acelerar el paso, abro la puerta y espero a que se acerque. Cuando veo que esta lo suficientemente cerca, suelto la puerta. Es gracioso ver como se paran en seco e intentan sacar apresuradamente las manos de los bolsillos. Me encanta ver el reflejo de sus caras a través de algún cristal o de algún metal reflectante.

No es que pretenda cambiar el mundo, ni mucho menos. Si la gente fuese más cívica, me aburriría. Y sin duda, no es lo que deseo.

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